viernes, 1 de septiembre de 2006

Juanes en la noche



-¿Como te llamas?- respondiéndonos: Juan...


Domingo 25 de Junio
Domingo 25 de junio. Hualpén. De noche. Con unos pocos grados de temperatura. Y otros tantos de nerviosismo mal disimulado por algunos. Doce de los nuestros y todo un mundo ante ellos. Un mundo nocturno, aquí en nuestra comuna, o por lo menos en parte de ella. Con su frío característico. Además de su mala iluminación por todos conocida. La primera parada fue desacertada. Hora del Plan B. Risas, conversaciones amigables, y uno que otro chiste trataban de relajarnos. 12 jóvenes. Tratando de encontrar a esas personas que lamentablemente ya son personajes de nuestras calles. Pero esa noche no estaban. Armados con un par de termos con café, y unas bolsas con ese alimento que nos distingue, el pan, salimos a la noche. Sólo tres de ellos tenían alguna idea de lo que encontraríamos. El resto, tenía algunas expectativas. Las que fueron echadas abajo en el primer round.

De pronto, y después de rodear algunas calles, encontramos un tesoro, o tal vez, más que un tesoro. Con voz suave, le hicimos saber de nuestra inesperada visita. Una sonrisa, más imaginada que vista, afloró a sus labios. Un vaso de café más un par de panes. Y una conversación extraña. Desconocida. Y que, de tan desconocida, nos abofeteó a todos. En un momento todos nuestros prejuicios, nuestras malas ideas acerca de algunas personas, fueron golpeadas por esas simples palabras. “Gracias Señor por las bendiciones que tú me das...” y ya no fuimos nosotros. El recuerdo de las cosas que poseemos, la actitud que a veces tomamos frente a Dios, lo ingratos que siempre somos, y lo orgullosos que somos en algunas ocasiones. Todo se fue de golpe. Un par de palabras, en esos labios especiales, amados por Dios, y casi siempre olvidados e ignorados por nosotros. El recurso más fácil para demostrar nuestro arrepentimiento, las lágrimas, nos asaltó a todos. Arriba las manos y abajo y abajo todas sus cosas.

Desnudos como estábamos, y como quedamos después de aquel asalto a nuestras conciencias, oramos con él y por él. Y nos alejamos. Aún teníamos provisiones para bastantes personas más. Y encontramos a alguien más. Esta vez fue un poco más sencillo, aunque no menos impactante. Juan, otra vez. Nombres repetidos y realidades apenas diferentes. Perdidos en nuestras conversaciones nos fuimos alejando nuevamente. Ante nosotros, la bendita iluminación angelical creada por los famosos postes de nuestra ciudad. El barro de algunas calles, el agua en otras, las veredas corrompidas, con rastros de Dios sabe qué, y nosotros. Plazas, bancas, y nadie aparecía. Creímos que nuestra misión había terminado. Incluso parecía que sólo girábamos por las mismas calles. Cómo cambia nuestra comuna con el sol en el otro lado del planeta. Y cuánto nos costaba acostumbrarnos a esa oscuridad.

Juan. 4º medio cursado. 40 años. Jorge. Sin información. No logro recordar donde estábamos. Y aunque el Cerro Amarillo estaba cerca, mi orientación estaba confundida. Palabras de saludo trasnochado. Olores contaminados, pero aceptados. Otra porción de nuestro aporte. Sencillo tal vez. Sencillo, como nosotros. De acuerdo a nuestro alcance. Pero muy lejos de lo que hubiésemos querido. Gracias a Dios, su Palabra suple aquellas necesidades. Dos personas. Compartiendo un colchón apenas reconocible como tal. Ahora compartían un poco más. Y compartieron también una oración.

A escasas horas de salir, cualquier evaluación es pronta. Aún no sabemos que pensarán ellos de nosotros. Tampoco si algún día saldrán de esos lugares. Esperamos que sí. Confiamos en el poder de Dios y esperamos en su amor. Lo de anoche fue sólo el principio. Y fueron sólo cuatro personas. Si ofendimos a alguien con nuestro proceder, lo sentimos. Pedimos perdón a quien le molesten nuestras ideas. Le pedimos perdón porque esta salida, lejos de desanimarnos, nos anima a salir de nuevo. El comprobar lo fácil que es ayudar a alguien a sonreír nos anima a salir de nuevo. Desafiando a la noche y sus peligros. Desafiando nuestros prejuicios y a nuestros bolsillos. Sin embargo, confiamos en Dios. Y eso nos hace salir. Esta noche, otras personas, incluidas las mismas de anoche, dormirán detrás de un local comercial. Y debajo de un par de frazadas. Con el viento habitual y el frío más habitual aún. No te invitamos a salir. Tampoco te invitamos a colaborarnos. Eso no importa demasiado. Pero si te invitamos a oír el corazón de Dios. Te invitamos a sentir como Dios siente. Te invitamos a escuchar cómo se lamenta Dios por aquellas personas. Tú decides qué hacer.


Dunamis...